Sunday, July 27, 2008

Bye, bye, island

“Te quiero”, dijo ella.

“Te quiero”, dijo él.


“No me gustan las despedidas”, añadió cabizbaja ella y, antes de que él pudiera hacer nada por evitarlo, rompió a llorar.


Esos preciosos ojos que él tantas veces había iluminado, se nublaban ahora y la lluvia caía, resbalando como una sutil caricia, por la mejilla más suave del mundo. Se le hizo un nudo en la garganta y la atrajo hacia así, permitiendo que su hombro se convirtiera en el breve reposo de su frente. Mientras la abrazaba, podía sentir la fragilidad de su cuerpo temblar contra su pecho en oleadas de desesperación.


Como ocurre en los funerales, no había palabras de consuelo o apoyo que no resultaran vacías, vanas o atadas a estereotipos. El silencio, entrecortado por el atronador pero interno ruido de tragar una bilis que nadie desea jamás, se convirtió en la única respuesta posible. Ajenos a la trascendencia del momento, a su alrededor pasaban, ignorantes o indiferentes, las hordas humanas en busca de sus respectivos mostradores de facturación. Como si fueran gases inofensivos, flotando a su alrededor en caprichosos movimientos que sólo obedecían a las corrientes de aire, ni él ni ella les prestaban tampoco atención alguna.

El ritmo de su respiración, los apagados sollozos, el apresurado latir de dos corazones, la débil fortaleza de sus abrazos y la repentina realización de que había llegado el final, era lo único que ellos sentían en esos momentos.

“Estarás bien, lo sé. Y serás feliz”, dijo y deseó él con sinceridad.


“Pero estaré sin ti. Te voy a echar mucho de menos.” y ella lo decía con una carita de pena que a él le partía el alma.


¿Qué podía decir que no se hubieran dicho ya? ¿Qué podían intentar que no hubieran intentado ya? ¿Qué otra solución había? No tenía ninguna respuesta válida, ni él ni nadie, porque a veces el Universo conspira contra ti y te da regalos envenenados, bendiciones que se transmutan en maldiciones, amores regados con egoísmo, desidia y rutina, que hacen florecer el desencanto y la desilusión. No era culpa de ella, no era culpa de él, y, sin embargo era culpa de todos.

Reprimiendo una voz quebrada, él sonrió y la miró. Ella, con la tristeza todav
ía en sus labios, se llenó de los suyos con una pasión que aún sabía estallar cuando ambos notaban cercana la presencia del abismo. La eternidad les envolvió pero duró sólo lo que el aletear de una nívea paloma para levantar el vuelo.

El momento que habían estado posponiendo durante meses, se hizo carne y fuego en forma de avión al que embarcar, llevando sólo una pesada maleta y una mochila de reproches, dudas, miedos y dulces recuerdos.

Fingiendo una entereza que apenas alcanzaba para sostenerle en pie, él le ayudó con las maletas y la acompañó hasta la cola en la que les separaría una tarjeta de embarque que él no tenía. Los dos comenzaban un viaje, pero sólo ella iba a conquistar un país, él quedaba atrás para ordenar y recoger una casa vacía.

“Te quiero”, dijo ella.


“Te quiero”, dijo él.

Y, tristemente para ambos, era completamente cierto.

Wednesday, April 23, 2008

Nubes de domingo

Cuando los años han caído como gotas de lluvia, la edad lo aleja a uno de la juventud y, tiempo ha, lo encasilla en una madurez supuesta, los domingos al mediodía, en soledad, son momentos especialmente absurdos. Sin una pareja con la que remolonear ociosa y tiernamente en la cama, el mal tiempo del exterior es menos atrayente para los juegos bajo las sabanas. Coti, y su primer álbum, suenan con rasgueos de guitarra mientras la lluvia (y esta vez no es una figura literaria) se deja caer pausadamente sobre la claraboya que ilumina mi habitación, y, debajo, a través del suelo parcialmente de cristal, también un salón que de otro modo hubiera resultado una cueva.

El cielo es una mancha con reminiscencias funcionariales, gris y sin rasgos aparentes que distingan un pedacito de otro, que sólo cuando bosteza interrumpe su triste lloro.

Los desayunos con mermelada dieron paso a los cereales con leche y, en días como el de hoy, a saltárselos para ir directamente a preparar la comida. Para uno, aunque siempre cometo el error de olvidarlo y los ingredientes servirían para dos. La melancolía, como el año en el que Colón descubrió América o cómo atarse los cordones de los zapatos, nunca está demasiado lejos, aunque no en la memoria, sino en la mente.

No hay Internet o televisión que distraiga, por activa o por pasiva. De la comida fuera con los amigos, se ha ido descolgando la gente a medida que la mañana avanzaba y el tiempo no mejoraba. Mañana será otro día tan deslucido como lo fue el de ayer. La ausencia de una rutina laboral tampoco ayuda: al principio todos los días eran sábados pero pronto se han transformado en domingos.

Y ahora es Sting el que acompaña nuestro humor, el del tiempo y el de mi corazón de casi tres semanas ya. Aún. Solamente.

Wednesday, April 2, 2008

Rabiosa ausencia

Dos meses y medio comenzaron el martes por la mañana. No fue de improvisto porque la noticia llevaba anunciada varias semanas, pero sólo durante los últimos días se hizo patente la tristeza de la situación. Cuarenta y ocho horas, cuarenta y ocho argollas tiene la cadena que me impide alejarme del dolor de la separación. Y cada sesenta minutos se le añade un nuevo aro, un testimonio del tiempo pasado sin ella. Y si le resto el tiempo que aún queda hasta que vuelva a abrazarla, el saldo sigue siendo negativo.

Pasarán volando las semanas, porque es Ley de Vida que, conforme creces, la percepción del tiempo cambia. A mí que, los años no me estiran ya sino que me encogen, me dice la experiencia que en un abrir y cerrar de ojos será ella la que me esté esperando en el Aeropuerto. Y me dice el alma que un vacío temporal sigue siendo un vacío.

No es el mordisco de un lobo, no es la pisada de un gigante, pero el dolor sigue siendo dolor, aunque lo disfracemos con el papel de regalo de la racionalidad.

Tuesday, February 5, 2008

Me dueles

"Me dueles", lloró él.

"No es culpa mía", sentenció ella. "Yo no puedo cambiar lo que soy, sentir lo que no siento, fingir un orgasmo en ausencia de placer".

"Yo lo haría por tí", imploró él.

"Yo no", escupió ella.

"Ojalá pudiera odiarte".

"Ojalá pudiera amarte", ofreció ella, y se levantó para irse y no verle más, hasta el próximo miércoles a las cuatro de la tarde, como todas las semanas.

Puedo

Puedo escribir los versos más tristes y la prosa más amarga. Puedo envolver tu corazón en negro manto al leer mis líneas. Puedo hacer que otros lloren antes de llegar al final de un párrafo. Puedo pintar de gris invierno el soleado paisaje que se atisba tras el cristal de tu ventana. Puedo matar a sangre fía a los ruiseñores y traer mil buitres hambrientos que devoren sus pequeños cuerpos. Puedo transformar a un adorable cachorrillo en el can cerbero. Puedo convertir el seis de enero en el Día de los Muertos. Puedo convertir este bar en una leprosería en el Averno. Puedo borrar a los angelitos rubicundos de mejillas sonrosadas y en su lugar emborronar las sagradas paredes con rojas criaturas de negros cuernos.

Puedo hacer muchas cosas, pero lo único que no puedo hacer es dejar de amarte.