Wednesday, April 23, 2008

Nubes de domingo

Cuando los años han caído como gotas de lluvia, la edad lo aleja a uno de la juventud y, tiempo ha, lo encasilla en una madurez supuesta, los domingos al mediodía, en soledad, son momentos especialmente absurdos. Sin una pareja con la que remolonear ociosa y tiernamente en la cama, el mal tiempo del exterior es menos atrayente para los juegos bajo las sabanas. Coti, y su primer álbum, suenan con rasgueos de guitarra mientras la lluvia (y esta vez no es una figura literaria) se deja caer pausadamente sobre la claraboya que ilumina mi habitación, y, debajo, a través del suelo parcialmente de cristal, también un salón que de otro modo hubiera resultado una cueva.

El cielo es una mancha con reminiscencias funcionariales, gris y sin rasgos aparentes que distingan un pedacito de otro, que sólo cuando bosteza interrumpe su triste lloro.

Los desayunos con mermelada dieron paso a los cereales con leche y, en días como el de hoy, a saltárselos para ir directamente a preparar la comida. Para uno, aunque siempre cometo el error de olvidarlo y los ingredientes servirían para dos. La melancolía, como el año en el que Colón descubrió América o cómo atarse los cordones de los zapatos, nunca está demasiado lejos, aunque no en la memoria, sino en la mente.

No hay Internet o televisión que distraiga, por activa o por pasiva. De la comida fuera con los amigos, se ha ido descolgando la gente a medida que la mañana avanzaba y el tiempo no mejoraba. Mañana será otro día tan deslucido como lo fue el de ayer. La ausencia de una rutina laboral tampoco ayuda: al principio todos los días eran sábados pero pronto se han transformado en domingos.

Y ahora es Sting el que acompaña nuestro humor, el del tiempo y el de mi corazón de casi tres semanas ya. Aún. Solamente.

Wednesday, April 2, 2008

Rabiosa ausencia

Dos meses y medio comenzaron el martes por la mañana. No fue de improvisto porque la noticia llevaba anunciada varias semanas, pero sólo durante los últimos días se hizo patente la tristeza de la situación. Cuarenta y ocho horas, cuarenta y ocho argollas tiene la cadena que me impide alejarme del dolor de la separación. Y cada sesenta minutos se le añade un nuevo aro, un testimonio del tiempo pasado sin ella. Y si le resto el tiempo que aún queda hasta que vuelva a abrazarla, el saldo sigue siendo negativo.

Pasarán volando las semanas, porque es Ley de Vida que, conforme creces, la percepción del tiempo cambia. A mí que, los años no me estiran ya sino que me encogen, me dice la experiencia que en un abrir y cerrar de ojos será ella la que me esté esperando en el Aeropuerto. Y me dice el alma que un vacío temporal sigue siendo un vacío.

No es el mordisco de un lobo, no es la pisada de un gigante, pero el dolor sigue siendo dolor, aunque lo disfracemos con el papel de regalo de la racionalidad.