Monday, January 11, 2010

Sentido y sensibilidad

Si es Ley de Vida, es injusta. La Naturaleza no es sabia, es una hija de puta y el corazón del hombre no es rojo, sino negro carbón. Las nubes no son corderos, rostros o coches, son furia, rabia y dolor. Cuando se concentra demasiado, cuando es tan denso que la ira lo envuelve, estalla con rugidos luminosos y azota la tierra con sus bramidos. Y la riega con sus lagrimas.

Las que más duelen son esas cosas que a una se le pasan por la cabeza pero que han dado un rodeo para no acercarse al corazón. Las estadísticas, las probabilidades, lo verosímil, por escondido, olvidado o no mencionado, no deja de ser una enorme putada que ahogará tu rostro en la almohada mientras boqueas por un oxígeno que necesitas pero no deseas.

Te dices a tí misma que hagas las cosas por tí y para tí, no contra él o contra nadie. Pero tu mente vaga, trama y conspira sin descanso. Es como esa pieza del motor que funciona silenciosamente, sin que notes que está allí, haciendo su trabajo con precisión segundo tras segundo, minuto tras minuto. Sólo cuando te acercas a observarla con detenimiento, percibes el ligero ronroneo que acompaña su mecánica acción. Y ese ruidito se va contigo cuando apartas la mirada, cuando te dedicas a otra cosa. Pero el ronroneo no se pierde en la distancia, sino que se te queda pegado, como esa melodía que no te puedes quitar de la cabeza aunque te la arrancaras de cuajo.

El novio más guapo del mundo, un George Clooney hablando español con ligero acento, que lo pierde cuando te hace gozar en la cama. Varias veces. La misma noche. Viajes en avión privado, y lo siento por la atmósfera, la Antártida y los niños de Brasil. Una casa en Europa que no tiene servicio doméstico, necesita servicio doméstico. El ático en Nueva York, en la Quinta Avenida o donde sea que a la zorra esa de Sarah Jessica Parker le pudiera dar más envidia. El yate, porque una señora con este tipo made in cirujano plástico y adorablemente gay entrenador personal, tiene que lucirse sobre la cubierta de un barco que atraque sólo en Montecarlo u otros sitios similares, poblados por Ferraris y Rolex.

Todos esos sueños ajenos valdrían menos que una moneda de tres euros si no lo ve él. Porque tú no vales una mierda si no está a tu lado. Si no estás a su lado. Como sea, de cualquier manera. Si te quedara un ápice de autoestima lo venderías gustosa porque él te sonriera. O que te llamara. O que mirara el teléfono pensando en ti. O que no hubiera borrado tu número de la agenda. O que alguien te dijera que el otro día le vió triste. Porque pensaba en ti. Seguro.

Ya no eres tú misma. Lo fuiste, seguro, en el pasado. Incluso afrontaste bastante bien la ruptura, la separación adulta y consensuada. Pero una señorita no se emborracha. Aunque tú no fuiste una señorita. No hubo otra relación, no hubo nada serio. De hecho hace dos años que no hay nada con nadie. De las necesidades de tu cuerpo te ocupas tú misma, gracias por preguntar. Las que joden, menudo juego de palabras, son las otras, porque no es tu sexo el que tiene hambre, sino tu alma.

No son los brazos masculinos, sino las caricias de sus manos. No son los labios que te besan, sino los que te sonríen. No son las piernas a las que rodean las tuyas, sino los pies que juegan unos con otros. Eso es lo que echas de menos, eso es lo que quisieras recuperar. No has vuelto a tener nada similar desde que sus manos cogieron el figurado picaporte y el hogar se convirtió en casa, la casa en prisión, y la prisión, casi, en tumba.

Fachadas de normalidad se crearon con andamios de apariencias. La vida sigue, y todo cambia para que nada cambie, menos el “adiós” que nunca mutó en “hola”. Sigues el camino, porque hay que trabajar para poder comer. Y a los amigos no conviene perderlos. Y familia sólo hay una, aunque tu nombre vaya asociado a la gastronomía y la religión (“Se te va a pasar el arroz”, bromea tu madre; “te vas a quedar para vestir santos”, dice con tristeza tu abuela).

Facebook, myspace y el blog de su empresa desaparecen de los marcadores de tu navegador. Es igual que los hayas quitado, porque puedes teclear las direcciones con los ojos cerrados. O cuando están velados por una niebla alcohólica, y te da por revisar cada uno de sus 342 amigos, a ver si adivinas quien es ella.

Ahora sabes que él tiene una zorra rubia y delgada que le hace reir y le rie las gracias. Y lo sabes porque, sin aviso previo en los periódicos ni en la televisión, los ves caminar abrazados por la acera de enfrente. En ese momento no deseas que te trague la tierra, sino que una gorda con un cinturón de explosivos a punto de estallar y agarrada a un piano de cola se les caiga a ambos en la puta cabeza.


Extraido del Libro “Cómo sobrevivir a la nueva relación de tu ex-pareja”, A. Eiredog, Capítulo IV, “Lo entiendo, lo acepto y ojalá se muera de Ébola”

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