Thursday, December 13, 2007

Una última súplica (III)

Era incapaz de echarle a ella la culpa de nada, excepto del fin de semana en Roma, un mes después de que se hubiera acostado con El Otro, por primera vez, en León. Le había suplicado que no fuera a la capital italiana, que eso sería el último clavo del ataúd y nada, nada podría salvar de la hecatombe una relación que, estaba convencido, aún tenía arreglo. Como si la hubiera escrito ayer, recordó una carta que era su última súplica.

Mi querida Marisa:

Ni siquiera Dios puede cambiar el pasado. También es cierto que nuestro presente será, dentro de un segundo, inmutable, y por eso deberíamos tener en cuenta que nuestras acciones no tienen vuelta atrás y formarán parte de nuestras pequeñas historias para el resto de nuestras vidas, lo queramos o no. Lo que pasó hace diez años o diez horas, estará siempre con nosotros, vayamos a donde vayamos, hagamos lo que hagamos, lleguemos a donde lleguemos. Todos, todos, tenemos fantasmas en nuestro armario, cosas que hicimos o dejamos de hacer, dijimos o nos callamos, que nos gustaría poder cambiar, pero no podemos y hemos de vivir con ellas.

Pero el futuro lo decidimos con nuestro presente, aunque nadie sabe como será, porque hay circunstancias que uno no controla y no decide, sino que es "la vida" la que lo hace por nosotros. A veces son regalos inesperados, otras son desgracias. Afrontarlas ambas de una manera u otra es decisión personal, buscando siempre lo mejor y pensando en esa nube indefinida que es el mañana.

Tú no puedes cambiar tu pasado ni el de nadie, ni yo el mío o alterar el tuyo. Pero tú si puedes decidir sobre tu futuro, sobre la Marisa que quieres ser.

No podemos cambiar lo que pasó en León. Te despediste de mí en la puerta del hotel con besos que no eran precisamente de ternura, y yo emprendí el viaje, sólo, hacia Madrid y esa maldita reunión que me alejó de ti y te acercó a otro. De hecho, cuando escribo estas líneas amargas pienso que soy un arrogante porque ni siquiera estoy seguro de que quieras cambiar ese pasado si pudieras; suena todo tan premeditado, tan pensado.

Tal vez la satisfacción de esas noches de gemidos y sexo sea compensación por...por...estar a punto de perderme. Pero eso es lo que quieres, ¿verdad?. Tal vez lo pensaste allá en León, cuando abrazabas un viejo cuerpo desnudo que te penetraba. Tal vez pensabas que así no me dejabas a mí más opción que desaparecer de tu vida. No lo hacías por eso, naturalmente, te lo pedía el cuerpo y el corazón, y encontraste a alguien adecuado, para tener algo más allá de lo físico, por decirlo de una manera no demasiado asquerosa ni demasiado dolorosa (creeme, no se si sería posible porque mi mente es mi peor enemigo) para quien escribe estas líneas.

Empecé esta carta sin que se me hubiera pasado por la cabeza lo que se deduce de los párrafos anteriores, que no era sólo sexo sino que quieres tener una relación con El Otro, pero voy a seguir conforme a tenía pensado hacer, aunque ahora me doy cuenta de que podría estar equivocado, tristemente equivocado.

Como decía, no se puede cambiar el pasado, pero tú, y sólo tú, tienes la opción de cambiar el futuro. Marisa, esta carta, triste, amarga, y dolorosa, tiene como fin el pedirte algo, un último favor, o, más bien, una última súplica. Soy humano y no estoy por encima de pasiones y deseos, así que los puedo entender. Y tengo mis fallos, no soy tan bueno como crees. Pero incluso mi capacidad para perdonar tiene un límite, y Roma está mucho más allá de él. Desde que te fuiste, con besos envenenados, he estado pensando en lo que hablamos y en todo lo que yo dije. Nunca olvidaré León y ese nombre cambia para mí el significado de muchos otros y de muchas experiencias. Viviré con eso, y sobreviviré, estoy seguro. Pero Roma es distinto, porque no está en el pasado sino en un futuro que depende sólo de tí.

Vas a ir a Roma a ver la ciudad, las ruinas y los museos. Vas a verle a él, a sabiendas (de ambos) de que probablemente no hay ningún futuro juntos y que sólo sois dos personas que se han gustado y han coincidido en una cama durante unos días. Ambos sois conscientes de que esto es solamente una aventura, sexo con otra persona en un país extraño. Pero que no se prolongará en el futuro porque no hay posibilidad de un 2008 o 2009 o más allá juntos.

No te pido que no vayas a Roma. No te pido que no quedes con él en Roma. Lo que te pido es otra cosa. Si crees que hay alguna esperanza para nosotros, si piensas, aunque sea remotamente, que podemos tener un futuro y un Mateo juntos, una casa con jardín, animales, tardes frente a la chimenea, un sofá en el que leer libros mientras yo acaricio tus pies, y viajes en los que paseemos cogidos de la mano, entonces, por favor, no te acuestes con él en Roma.

Te lo suplico, Marisa, te lo pido de rodillas y llorando, y no es una exageración, por favor, por favor, no lo hagas. Eso no podría soportarlo. No podría perdonarlo. Jamás. Y tampoco podría volver a verte. Nunca. Sería una manera tan consciente la tuya de buscar la forma de apuñalarme, otra vez, en el corazón, de la manera más dolorosa posible... Pero no sería una herida mortal, porque estarías buscando que agonizara lentamente. Entonces no quedaría ninguna esperanza para nosotros. No podría volver a escuchar tu preciosa voz, desmayarme al verte sonreír, acariciar tus mejillas. Nunca, nunca, porque estaría pensando en que, a sabiendas de lo que significaba, te fuiste a Roma a quedar con un hombre para acostarte con él. Y no era yo, Marisa, aquel a quien querías besar, acariciar y lamer. Ni aquel que te acarició, besó y penetró, llenándote de su viejo y asqueroso líquido. Eso pasó en León y puedo soportarlo sólo si estás junto a mí. Pero Roma...eso es algo con lo que tendría que vivir, pero no podría ser a tu lado.

Marisa, si lo haces, me habrás perdido para siempre. De todas las maneras. Ni emails, ni SMS, ni llamadas, ni ir al cine, ni tomar un café, ni cocinar para tí, ni tú para mí, ni compartir una botella de vino, ni charlas en un sofá, ni disfrutar de una tarde de invierno delante de una chimenea leyendo un buen libro. No podríamos ser amigos, no podríamos ser nada. No querré saber nada de tí, ni bueno, ni malo. No puedo cambiar el pasado y no puedo borrar nuestra relación como si nunca hubiera ocurrido, pero le pediré a Dios que me ayude a dejar de pensar en tí.

No tengo ningún derecho a pedirte lo que te he pedido, lo sé. Tampoco estoy dentro de tu mente y no se con exactitud lo que piensas de él y me puedo haber equivocado en algunas de mis deducciones. Esta carta podría, como casi todo lo que yo hago, ser sólo una estupidez. Si mi súplica cae en saco roto, por favor, no me contestes. El silencio será más elocuente que un millar de palabras con lamentaciones y excusas. Por mi parte, haré lo que te he dicho: no volver a verte.

Un beso lleno de esperanza,

Luis

No comments: